jueves, julio 10, 2025

Habitantes de Calle: Una supervivencia diaria

Por Carolina Rodríguez y Renata Puga
2022 - 02 - 19

Pedazos de alfombras viejas, lonas, un par de cartones, plásticos y cobijas rotas son los elementos que pueden convertir a una vereda, un puente o una quebrada en un hogar. Son espacios que se convierten en la única opción para las personas que están envueltas en adicciones, desempleo, problemas familiares y pobreza.

Habitantes de calle es un término que corresponde a las personas que no tienen un lugar fijo para vivir y satisfacer sus necesidades. Varios de ellos trabajan cuidando autos, recogiendo basura para reciclar, haciendo comercio informal en los semáforos o limpiando parabrisas. Otros han caído en la mendicidad lo que les permite obtener un par de monedas para comer.

Rosario Proaño cuenta con los ojos húmedos que su hija, Mayra Cruz de 36 años, vive en las calles de Quito desde los 14. “Ella nunca aceptó que yo me haya separado de su papá." Para Rosario esta separación dejó profundas secuelas psicológicas en la mayoría de sus hijos, lo que hizo que Mayra se refugiara en las drogas y el alcohol. Tras la traumática separación de su familia, su madre fue hospitalizada y Mayra se convirtió en el sustento del hogar. Dejó sus estudios en sexto grado y empezó a vender dulces en la calle para darles de comer a sus dos hermanos.

Su primer hijo nació cuando ella tenía 17 años, después tuvo cuatro más y todos terminaron en orfanatos o bajo los cuidados de su abuela, porque Mayra no podía hacerse cargo. Actualmente, sus hijos mayores, Yuleidy y Alexander siguen sus pasos en la calle; Ariel vive con Rosario y los dos más pequeños, están adoptados por familias estadounidenses. A la madre de Mayra le inunda la tristeza cuando habla de sus nietos porque es consciente que no puede tenerlos cerca mientras su hija siga viviendo en las calles.

A pesar de lo difícil que es para Rosario encontrar a su hija adormecida en una vereda por los efectos del alcohol y ver en su rostro el deterioro que le han causado las drogas, le resulta aún más doloroso la discriminación que sufre. “Cuando le ven que no está aseada, las cicatrices en su carita piensan que es una mala persona. Le juzgan sin conocerle, porque cuando ella está sana es tranquila”.

Con la esperanza que siempre guarda el corazón de una mamá, Rosario sigue cuidando a su hija como puede: “Yo siempre le repito que no está sola, que mientras yo viva siempre la buscaré”.

* Aunque ya existía una entrevista programada con Mayra Cruz, ella nunca se presentó.

¿Cómo es vivir en la calle?

Para entender lo que es pasar los días en la calle, es necesario ponerse en los zapatos de estas personas. Durante una brigada de abordaje del Patronato San José, los educadores de calle explicaron que no hay que interpretar la situación desde la pena, el miedo, el asco y otros prejuicios sociales que rodean a los habitantes de calle. Sino comprender el entorno desde la empatía y el respeto.

Históricamente las angostas calles del Centro de Quito, sus plazas y barrios como San Roque, La Ronda, El Tejar, entre otros, esconden una realidad oscura de prostitución, narcotráfico, trata de personas y situación de calle. Cada callejón, esquina, puente, vereda y casa abandonada son la radiografía de la realidad de las personas que viven en la calle. Cuando se presta atención a los detalles, es fácil imaginar cómo sería pasar una noche en ese lugar. Dormir en el suelo, acurrucarse con otra persona para aguantar el frío, drogarse o alcoholizarse para borrar la realidad.

En los días helados de Quito, la lluvia arrastra los escombros de lo que pasó bajo un puente de la 24 de mayo. En medio de charcos de agua, la ropa, los cartones y maletas son el primer indicio de un escondite perfecto para pasar la noche bajo los efectos de las drogas. Con simples tiras de fundas, tapas de botellas, papel aluminio y palos de chupetes se crean las pipas con las que se fuma base de cocaína conseguida desde $1,50. Por la cantidad de fósforos tirados en el piso y un par de tabacos, se puede calcular cuánta droga se consumió y por lo tanto, cuánto dinero se gastó para satisfacer la adicción. Cinco o diez dólares son suficientes para pasar el día sin sentir los síntomas de la abstinencia.

Al dejar atrás este lugar, se queda una sensación de vacío y alrededor se ve a gente que aún no despierta y otros que recogen las pocas pertenencias que tienen mientras se preparan para seguir el día.

José Mena es una de las personas que suele dormir bajo puentes o portales. Es casi medio día y camina calle abajo por la 24 de mayo. Además de los abrigos y pantalones que lleva encima, también carga una maleta y mientras se acomoda en una vereda, cuenta que la supervivencia en la calle es una situación complicada: “Para hacer algunas moneditas en el día, tengo que robar o pedir dinero. Especialmente si uno es adicto, tiene que sobrevivir a como dé lugar”.

José aprendió a vivir anestesiado para olvidar los sentimientos. “Sino estoy drogado entonces paso borracho para no sentirme mal por todo lo que he perdido, porque mi familia ya no me quiere ver y muchas cosas más”.

​Las drogas y el alcohol empezaron a formar parte de la vida de José, cuando apenas tenía 12 años. Dice que mientras su madre trabajaba como vendedora ambulante fue fácil encontrar malas amistades que, poco a poco, lo llevaron a vivir debajo de los puentes y en las veredas del Centro Histórico. Durante todo el tiempo que ha vivido así, explica que la lucha más fuerte ha sido aquella en contra de su adicción.

Actualmente tiene 30 años y es consciente que su adicción es lo que le obliga a seguir aguantando los peligros de la calle: “Todos los días, hasta antes de cerrar mis ojos, pienso en qué debo recuperarme. Pero cuando despierto no puedo y siempre vuelvo a lo mismo”. En la mirada de José, unos ojos cafés rodeados por grandes ojeras, se puede percibir que sus ganas por salir adelante se pierden tras la tristeza y vergüenza que le produce ser un adicto. Sin embargo, sabe que no quiere vivir así el resto de sus días.

Seguramente hay muchas historias como la de José Mena. Hombres y mujeres que mientras tratan de sobrevivir entre las adversidades de la calle, también viven una batalla en contra de ellos mismos. Siempre tratando de recuperar el anhelo de vivir que se esconde detrás de su ropa desgastada y sus rostros golpeados

Los factores detrás de la vida en las calles

Las circunstancias por las que una persona decide vivir en la calle o se ve inmersa en esta situación son innumerables y diversas. Sin embargo, la adicción a las drogas, la vejez, las enfermedades psiquiátricas no tratadas y la violencia intrafamiliar son las más comunes.

Carlos Moreta, psicólogo en el área de atención de Habitantes de Calle del Patronato San José, explica que los trastornos psicológicos más identificados entre los habitantes de calle nacen a partir de pérdidas afectivas y dependencia a substancias estupefacientes: “Lo que podemos identificar en gran parte de los casos son los duelos causados por pérdidas familiares, rupturas amorosas, dinero, empleo y de un espacio seguro para dormir. También se observa problemas de deterioro cognitivo asociados al consumo de sustancias como la cocaína, marihuana y otros inhalantes.”

El experto añade que también son muy comunes los rasgos de actitudes antisociales que no les permite seguir las reglas de convivencia básicas en un espacio compartido, debido a que no están acostumbrados a los horarios, normas de comportamiento, higiene personal, entre otras

Por otro lado, Sonia Andrade, Directora Nacional del Mecanismo de los Derechos de Personas Adultas Mayores de la Defensoría del Pueblo, comenta que en el caso de los adultos mayores el abandono y deterioro cognitivo son factores que incrementan la situación de calle en ancianos.

La Fundación Martha Álvarez que se especializa en brindar ayuda a niños y adolescentes que están en vulnerabilidad, señala que en la calle los niños muchas veces son obligados a trabajar e incluso a delinquir.

Vivir en la calle es un como un círculo vicioso que persigue generaciones. Es por eso que es un fenómeno complejo y en constante cambio en las ciudades ecuatorianas.

¿Qué peligros conlleva a vivir en la calle?

Las normas de convivencia de lo que se considera como “normal” son muy diferentes a las que se establecen en la calle. Aquí, la fuerza y violencia son los elementos que priman sobre todas las cosas. Las riñas callejeras son el método para demostrar poder y someter a los más débiles como las mujeres, niños y ancianos.

Las mujeres que viven en situación de calle se convierten en objeto de varias vulnerabilidades. Muchas de ellas recurren a la prostitución para sobrevivir o satisfacer su dependencia a las drogas. Además, son víctimas de abuso sexual, infecciones causadas por la escasez de higiene íntima y falta de acceso a métodos anticonceptivos. Es por eso que tienen varios hijos, quiénes corren el riesgo de nacer con enfermedades o son retenidos por el estado y puestos en adopción.

Si bien estar en la calle implica muchos riesgos, transformar la situación depende de la voluntad que la persona ponga y los caminos que se abran para ayudarle a superar esta etapa. Jorge Rosero, director general de Maná del Cielo cuenta la historia de un hombre que vivió en carne propia estos peligros.

De un hogar migré a la calle: una población que “no existe”

Desde el 2020 muchos migrantes han ingresado a Ecuador, ya que se han visto obligados a dejar su hogar por problemas internos en el país que viven. Según un estudio de la situación laboral y el aporte económico de inmigrantes en Quito realizado por el Municipio de la ciudad, el 22% está desempleado y el resto trabaja sin seguro social, con sueldos pobres y en condiciones precarias.

Martín García, analista de protección integral del Consejo de Igualdad para la Movilidad Humana, explica que todos esos factores junto a la crisis económica vivida por la pandemia generaron que este sector de la población se vea expuesta a diferentes tipos de vulnerabilidad.

Esta entidad del Estado trabaja de la mano con la Cancillería en materia de promoción, garantía de derechos humanos y formulación de políticas públicas. Tanto el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), institución que ofrece acompañamiento en trámites legales, terapia psicosocial, programas de inclusión laboral y ayuda integral a las familias, como el Consejo de la Igualdad son claves para conectar los casos con fundaciones. Ya que a través de ellas pueden tramitar repatriaciones y temas legales como la cedulación. Sin embargo, estas acciones se realizan sin una base estadística. En otras palabras, en el Ecuador no se sabe cuántos migrantes viven en situación de calle.

En las entrevistas realizadas con el Patronato San José, existe una estimación de que aproximadamente un 40% de las personas que acceden a los servicios de atención a habitantes de calle, son extranjeros. Por otro lado, el Consejo de Igualdad para la Movilidad Humana respondió que el manejo de estas cifras no formaba parte de sus competencias y con la respuesta del MIES, solo se confirmó la existencia de este gran vacío. Aunque actualmente el país experimenta un flujo migratorio constante, las personas que ingresan al Ecuador, ya sea con motivos de tránsito o para establecerse permanente, atraviesan un sinnúmero de problemas que son ignorados por las autoridades.

¿Quién cuida de los habitantes de calle?

Las personas en situación de calle son una problemática social que siempre ha estado presente en el país, especialmente en las grandes ciudades como Quito y Guayaquil. Instituciones públicas como el Municipio de Quito, a través del Patronato San José, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y la Empresa pública de Desarrollo, Acción Social y Educación (DASE) en Guayaquil, han implementado programas y proyectos para brindar el apoyo necesario a este sector de la sociedad.

Para empezar, es importante mencionar que el MIES , es el organismo máximo en materia de protección y atención a grupos prioritarios o en situación de vulnerabilidad. Por lo que a lo largo de los años, ha creado programas para reducir la pobreza y desigualdad social. Es así como en 2007, se da inicio a una estrategia de abordaje de personas en situación de calle o mendicidad, durante la época navideña. Que, en 2009, se transformó en una política pública llamada: Erradicación progresiva de la mendicidad y el trabajo infantil. Solo dos años después, esta iniciativa pasó a ser un proyecto de atención permanente que se sigue ejecutando en 16 provincias del Ecuador. Además que en marzo, durante la pandemia de Covid-19, se gestionó la entrega de 245.000 kits con alimentos de primera necesidad. Los cuales estaban preparados para abastecer a 4 individuos por 15 días.

En este sentido, el servicio de atención a habitantes de calle consiste en un primer abordaje donde un equipo técnico conformado por un coordinador, psicólogo, terapista ocupacional, dos promotores, cuatro técnicos de apoyo comunitario y siete educadores de calle generan un vínculo de confianza con el individuo. El paso siguiente es identificar las necesidades de las personas para que puedan ser trasladadas a centros de salud, casas de acogida o alojamiento temporal, entre otras instancias.

Carolina Guzmán, subsecretaria de protección especial del MIES, menciona que esta derivación funciona a base de convenios: “Por ahora solo tenemos dos convenios en Quito y Guayaquil. Este es un servicio que se abrió recientemente debido al aumento de esta problemática”. El Ministerio de Salud Pública, Municipio de Quito, el albergue religioso “Toca de Asís” en la capital y Refugio Espíritu Santo de Guayaquil son algunas de las instituciones con las que se lleva a cabo este trabajo conjunto.

Guzmán añade que aunque existen servicios para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de calle, ellos son quienes deben tomar la iniciativa para salir de la problemática.

Los olvidados de la sociedad

A pesar de los servicios de atención integral que brindan las distintas instituciones, la ayuda llega a muy pocos. Carolina Guzmán, subsecretaria de protección especial del MIES, explica que se ha podido elaborar políticas públicas para asistir a este sector de la población porque no se sabe con certeza cuantas personas viven en las calles.

Los habitantes de calle en la capital

En cuanto a la labor del Patronato San José, desde el 2007 implementó las brigadas para erradicar la mendicidad. Según datos de la Alcaldía de Quito, en 2011, el 90% de niñas, niños, adolescentes y familias dejaron de mendigar. Más tarde, en 2017 se da inicio al proyecto de atención a habitantes de calle, que tiene como propósito identificar las necesidades primarias de estas personas, satisfacerlas y así lograr que salgan de esta situación de peligro. Para esto, cuentan con el centro de alojamiento temporal, Hogar de Paz donde se atiende a la población de 18 a 65 años; la Casa Wawky Wasi que se enfoca en la recuperación a largo plazo y Casa de la Niñez 2, que es solo para menores de edad.

Karola Pazmiño, ex coordinadora de Proyecto Atención a Habitantes de Calle, explica que para el abordaje de personas en situación de calle, el primer paso es realizar un mapeo de la ciudad para localizar las zonas más problemáticas. Después, un equipo conformado por educadores de calle, psicólogos y trabajadores sociales hace un primer acercamiento para recopilar datos personales y considerar las necesidades por cubrir que tiene el individuo. Paso siguiente, se procede a la oferta de servicios del Patronato, que incluye un comedor, alojamiento nocturno, asistencia médica, ayuda psicológica, terapia ocupacional, entre otros.

Las personas en situación de calle que desean acceder a estos servicios pueden acudir al Hogar de Paz, ubicado en El Tejar. En este lugar, desde las 9h00 hasta la 13h30, pueden participar en distintas actividades lúdicas o acceder a terapias psicológicas y ocupacionales. A partir de las 16h30 este centro de acogida se prepara para el alojamiento nocturno de aproximadamente 40 personas. En este horario se ofrece un plato de comida, una ducha y camas para pernoctar. Pazmiño dice que el único requisito para acceder a estos servicios es que las personas no se encuentren consumiendo ningún tipo de droga.

La excoordinadora menciona que este proyecto se basa en una metodología llamada reducción del daño. Consiste en brindar estrategias y servicios para mantener el mayor tiempo posible a las personas fuera de las calles. De esta manera se reduce el nivel de vulnerabilidad, violencia, delincuencia y consumo de sustancias.

Por otro lado, en el contexto de la pandemia de covid-19, cuenta que se registró un aumento de habitantes de calle: “Antes había personas que tenían un trabajo inestable y estaban al límite de esta situación. Con la pandemia, muchos perdieron ese pequeño ingreso y se vieron obligados a vivir en las calles”.

Además del Centro Histórico, uno de los sectores más afectados por esta problemática, estos son los lugares donde se puede ver a diario personas durmiendo bajo puentes, tribunas y quebradas:

* Datos de la infografía tomados de Secretaría de Inclusión del Municipio de Quito, Patronato San José y Encuesta Distrital y Protocolos de intervención a personas con experiencia de vida en calle realizada por el Municipio de Quito, realizada en 2013. Fotos tomadas de Google

La situación de calle y el Covid-19

La pandemia de Covid-19 ha sido una etapa en la que las personas en situación de calle se han visto en jaque, porque no tienen un techo donde dormir, formas de asearse o instrumentos de bioseguridad. Cumplir las medidas dictadas por el gobierno es difícil, por eso varias organizaciones han salido a las calles para brindar ayuda direccionándoles a albergues, dando kits de bioseguridad y en los trámites de la vacunación. En este reportaje se explica con detalle la realidad de las personas en situación de calle ante la pandemia de Covid-19.

La ex coordinadora del Proyecto Atención a Habitantes de Calle, Karola Pazmiño, considera que las personas en situación de calle son una problemática social que está lejos de resolverse debido a la falta de políticas públicas: “Es importante identificar el problema y empezar a generar ordenanzas para visibilizar a estas personas rechazadas por la sociedad. Porque son personas a las que solo les hacen falta oportunidades y que no les discriminen. No todos son delincuentes o consumen drogas, hay gente que está ahí por circunstancias de la vida”. También menciona que es importante sensibilizar a la comunidad, a través de iniciativas como la línea telefónica 1800-CONTIGO, la cual permite a los ciudadanos pedir ayuda si se encuentran con un habitante de calle.

Con la información levantada y la opinión de los educadores de calle, se llega a concluir que el aumento de esta problemática se da debido al descuido del Gobierno. Como se mencionó anteriormente, los servicios de ayuda integral que se brindan llegan a pocas personas ya que no existe una base estadística ni una institución gubernamental que responda. Es así, que el apoyo que se da a los habitantes de calle es paliativo, es decir que no resuelve el problema sino que atenúa los síntomas.

* Cuando se entrevistó a Karola Pazmiño, ella era coordinadora del proyecto Atención Habitantes de Calle en el Patronato San José. Pazmiño fue desvinculada de su cargo en diciembre del 2021 y hasta el momento no se ha recibido respuesta de la solicitud de entrevista con la nueva encargada.

Una mano solidaria para quienes más lo necesitan

Muchas veces no es suficiente el apoyo por parte de instituciones gubernamentales, a través de programas de atención a personas en situación de calle. Por lo que muchas personas han tenido la iniciativa de combatir esta problemática desde sus propias trincheras.

Vida fuera de la calle

Gustavo Cobo

Un testimonio de superación es el de Gustavo Cobo. Hoy a sus 35 años cuenta con orgullo que es un sobreviviente de la vida en las calles. Aunque ya son cinco años de sobriedad explica que el proceso por cambiar su vida no ha sido un camino fácil.

Para Gustavo, el motivo por el que terminó durmiendo en las calles del Centro Histórico fue que en su infancia no existieron los cuidados necesarios de un padre o una madre. Sus primeros recuerdos se remontan a su estancia en la Casa Hogar Polidóro Arellano. Cuando apenas tenía 6 años, su madre lo dejó ahí porque no le alcanzaba el dinero para alimentar a sus otros cuatro hermanos: “No tuve una infancia feliz. Todos los días, desde las rejas, les veía a mis amigos irse a su casa mientras yo me quedaba ahí”.

A los 12 años, cuando iba a ser traslado a una nueva casa hogar, Gustavo se escapó y junto a uno de sus hermanos empezó a conocer la vida en las calles: “Todo empezó como un juego, empezamos robando porque teníamos hambre y poco a poco, ya aprendimos a consumir”.

A partir de ese momento, las drogas y el alcohol se convirtieron en el centro de su vida y los conflictos no tardaron en llegar. Cuando tenía 17 años, cumplió una de sus primeras condenas en la correccional para menores “Virgilio Guerrero”. Allí pasó 2 años, cuando fue acusado por tráfico de drogas.

Con el paso del tiempo, Gustavo aprendió diferentes maneras de ganar dinero en la calle: “La adicción siempre va en aumento y también uno va aprendiendo cosas. A mí me gustaba lancear, que significa robar en los buses. Eso aprendí cuando estuve en la cárcel”. Para ese entonces, cuenta que ya vivía encerrado en una rutina donde el alcohol y las drogas eran los protagonistas.

Sus días empezaban y terminaban entre cartones, basura y “guanchaca”, un licor barato y fácil de encontrar en el Centro Histórico. Mientras que, con el robo de monederos y billeteras, reunía dinero para seguir consumiendo. Gustavo explica que no se daba cuenta que necesitaba ayuda: “En la adicción uno no piensa que necesita ayuda. Yo no pensaba ni en comer ni en tener un lugar para dormir, solo tenía cabeza para la droga”.

Gustavo, en busca de su recuperación se internó en Fundación REMAR, Libres para Cristo, Mi Casa, el Albergue San Juan de Dios, entre otras instituciones que brindan ayuda a habitantes de calle. A pesar de los tratamientos y terapias psicológicas, su adicción era más fuerte y recaía. Aunque fue así por muchos años, ahora con lágrimas en los ojos cuenta que sus ganas de mejorar llegaron cuando conoció a Caty. Ella es su pareja actual y la madre de sus tres hijos: “Si ella no llegaba a mi vida yo no cambiaba por nada”. Ahora el amor por su familia es el motor que le ha ayudado a mantenerse sobrio.

El Albergue San Juan de Dios fue la institución que finalmente ayudó a Gustavo a recuperarse. Ahora que es un ejemplo de superación, trabaja como voluntario en el área de donaciones e inspira a sus antiguos compañeros de calle a mejorar su vida. Eso sí, su anhelo más grande es seguir formando parte de la vida de sus hijos: “Quiero cuidarles a mis hijos, saber cómo están y no que me cuenten. Yo no quiero que mis hijos crezcan sin un papá como me pasó a mí”.

Wilson Álvarez

Wilson Álvarez de 55 años pone la mano en su corazón y con una mirada perdida en la infinidad recuerda que su infancia fue muy dura porque desde los 11 años conoció la realidad de las calles ya que su familia se desmoronaba y no tenía más remedio que refugiarse en los amigos, el alcohol y las drogas.

Consternado por los recuerdos, Wilson hace memoria que el Redondel del Ciclista y el Centro Histórico eran lugares que frecuentaba para dormir. Al final del día, después de drogarse y disfrutar con sus amigos, Wilson se sentía atrapado dentro de un agujero profundo y a pesar de que recibió ayuda de varias organizaciones no lograba salir de ahí.

Un día mientras hacía su rutina por el Centro Histórico conoció a Maná del Cielo, quienes lograron inspirar a Wilson para que mejore su calidad de vida y salga de las calles. Wilson comenta que sin ese impulso y sin la ayuda de Dios, él no sabría cuál hubiera sido su destino. Ahora trabaja en la Iglesia Comunidad de Fé y con ese dinero pudo pagarse un cuartito al que llama "hogar".

Wilson dice que la vida no es fácil y olvidar los hábitos de la calle tampoco, después de un año de estar limpio cayó de nuevo en el alcohol, pero está muy agradecido porque ni Dios, ni Maná del Cielo lo dejaron solo : "Yo sé que no soy Santo, Santo es solo Dios, pero ahora ya sé que tengo la fuerza para superar mi adicción y levantarme con más fuerza". Según él, esa fortaleza es la que lo mantiene alejado de las calles. Hoy con una sonrisa cuenta que ya han pasado 6 años desde que salió de esa realidad.

Wilson Álvarez

Para que las personas en situación de calle puedan cambiar su realidad las organizaciones como el Patronato San José, Fundación Martha Álvarez, Albergue San Juan de Dios y Maná del Cielo, impulsan a estas personas a que generen su propio emprendimiento o que tomen un oficio luego de sanar su cuerpo y mente.

Martha Álvarez comenta que para erradicar la situación de calle se debe mejorar la situación económica del país, a su vez opina que no es suficiente las iniciativas para crear emprendimientos y se debe educar a la población para que esta salga de la pobreza.

Por otro lado, Jorge Rosero explica que a pesar de que se brinda ayuda, no todas las personas quieren salir de la calle y prefieren tener ese estilo de vida porque ya están acostumbrados. Él cree que para transformar esa mentalidad se debe estar en constante acompañamiento con las personas y mostrarles los peligros a los que están expuestos.

Habitantes de calle: un problema que está lejos de resolverse

Cuando se llega a considerar una vereda como un lugar para dormir, y las drogas y el alcohol se vuelven compañeros de vida, ellos se ven envueltos en una rutina donde la adicción es la nueva necesidad básica. Por lo que salir de esa situación se convierte en una decisión difícil de tomar. Por otro lado, las personas que llegan a vivir en estas circunstancias debido a la pobreza y el desempleo, tampoco tienen el camino fácil.

​ Aunque existen muchas fundaciones e instituciones gubernamentales que brindan apoyo a los habitantes de calle, la atención sigue siendo temporal y superficial. Un ejemplo de ello es el MIES , organismo máximo de la protección y garantía de derechos humanos en Ecuador, quien no cuenta con una base de datos que contabilice cuántas personas viven en situación de calle a nivel nacional. Lo que no sucede con instituciones privadas como la Fundación Martha Álvarez quienes tienen estimaciones sobre la presencia de habitantes de calle en la capital.

Es así como, esta problemática social está lejos de resolverse, no solo por el abandono de las autoridades y la falta de oportunidades al momento de la reinserción social, sino también por la voluntad que cada persona tenga para cambiar su estilo de vida. Abandonar la calle es una decisión que se ve obstaculizada por la adicción, costumbre a este estilo de vida y un sinnúmero de circunstancias que son ignoradas por la sociedad.